viernes, 4 de junio de 2010

Matadero (relato)

Aquí dejo uno de mis últimos relatos. Creo que es mi favorito hasta la fecha.

MATADERO

Recuerdo un sueño que tuve. El sueño más real y físico que nadie podrá tener, excepto yo.

Aún tengo la esperanza de despertar algún día.

Aparecí en un gran despacho con paredes de ladrillo visto, iluminado por la luz de un flexo y una solitaria bombilla en el techo. No había ventanas por las cuales ver el exterior.

Una mesa de madera repleta de papeles amarillentos y desordenados. Un sillón de terciopelo rojo, polvoriento y ligeramente aceitoso. Una levísima neblina, casi imperceptible, inundaba el lugar.

Estanterías con libros viejos, muchos de ellos tirados en el suelo abiertos por la mitad.

Yo estaba allí, en mitad de aquella habitación, delante de la mesa. Todo estaba en silencio. Un silencio espeso, abrumador, agobiante, incómodo. Me dio la impresión de que el lugar fue abandonado por algún motivo que no alcanzo a comprender. Abandonado y dejado a merced de fuerzas extrañas y despiadadas provenientes de algún rincón del cosmos, infierno o la propia tierra nunca antes conocidas, ni siquiera en las mas tenebrosas leyendas o mitos.

Me acerqué a la puerta y giré el pomo, redondo y lleno de una gruesa capa de óxido. Fuera del despacho encontré un corredor inmenso y muy amplio, iluminado por una tenue luz cuya fuente de procedencia no conseguía encontrar. Otros pasillos lo atravesaban cada pocos metros, dando una sensación laberíntica que no acababa de gustarme. Mas bien me aterraba el no saber que encontraría tras las innumerables esquinas, pero prefería no pensar en ni siquiera avanzar unos cuantos pasos.

Mis ideas dieron un vuelco cuando agudizando la vista pude distinguir un gran portón de madera al fondo del corredor.

Nunca tuve un instinto de supervivencia desarrollado como otras personas, pero en aquella situación algo me decía que el lugar no era seguro. No se trataba solo de un edificio abandonado y maltrecho, silencioso y muerto. Algo me decía que entre aquellos muros de ladrillo se escondía alguien.

No, aquello no era solo una ruina sucia y triste. Aquello era un hogar.

Olía a humedad y orina. A carnaza y entrañas. El hedor de un animal recién abierto en canal con todas las vísceras aún calientes.

Caminé y me alejé del umbral de la puerta del despacho, pues a mi pesar debía abandonar la sensación de seguridad que me brindaba aquella habitación y llegar al portón de madera para salir.

No me creeríais si os jurara y perjurara que me pareció ver brotar finísimos hilillos de sangre de entre los ladrillos que conformaban los infinitos, y lúgubres muros que se extendían ante mi. Intenté ignorar este hecho, pues mi cordura peligraba y lo último que quería era perder los nervios y la sangre fría.

Al fondo de unos de los numerosos pasillos que cruzaban el corredor que me disponía a atravesar vi unas extrañas formas en la penumbra. Digo en la penumbra por que dichos pasillos solo estaban iluminados hasta cierta distancia; unos diez metros calculé. El resto se iba sumiendo poco a poco en tinieblas, y entre aquella oscuridad me pareció ver varios cuerpos colgando del techo. Decapitados quizá y abiertos de arriba abajo con los brazos extendidos hasta el suelo, brillantes por la sangre chorreante que cubría aquellas carnes sin vida.

No conseguía ver nada en claro debido a la penumbra reinante, pero creo que tampoco necesitaba saber a ciencia cierta lo que allí se ocultaba.

Aceleré el paso ligeramente, pues sabía que si me echaba a correr enloquecería. Mis pisabas eran lo único audible desde hacía un rato y su sonido parecía extenderse entre todos los recovecos y rincones de aquel edificio, retumbando levemente.

Cada vez que pasaba junto a un pasillo no podía evitar desviar la mirada hacia su interior, descubriendo más y más cuerpos despiezados, muertos, manufacturados por un carnicero desquiciado.

En el último pasillo, el mas cercano al portón, vi algo que me dejó helado. Algo que hizo que me arrepintiera mucho más de estar en ese lugar.

De nuevo, oculto entre sombras, una silueta inmóvil me observaba. No conseguí distinguir las facciones de aquella robusta persona encorvada y ataviada con un delantal o mandil mugriento. Empuñaba un machete, o eso me quiso parecer.

De lo que no cabía la menor duda era de que fuese quien fuese, no estaba muerto, y de hecho, podría asegurar que fue él el carnicero desquiciado del que antes hablaba. Un matarife surgido de aquel mundo de pesadilla onírico pero tan real.

Nos quedamos mirándonos un momento hasta que el carnicero dio un par de pasos hacia atrás y se perdió en la negrura del pasillo. Acto seguido empecé a escuchar un metálico sonido de cadenas o ganchos, no sabría decir, procedentes de aquella boca del lobo.

Me apresuré a abrir el enorme cerrojo del portón y empujar aquellas maderas reforzadas con barras de hierro.

Entonces me topé con el exterior, una visión tan o más aterradora que la que encontré tras los muros de aquella especie de factoría que acababa de abandonar.

Ante mí, un enorme páramo desértico con tierras de un color cobrizo, salpicado de matorrales muertos y secos.

Corría un silbante viento que formaba veloces fantasmas de polvo y estos pasaban delante mía. Tenía que cubrirme los ojos para que no me entrase arena.

El horizonte no dejaba ver montaña o colina alguna. Todo era una inmensa llanura sin vida, desolada y árida.

Un cielo rojo, manchado con nubarrones negros que cambiaban de forma rápidamente, como si reptaran de un lado a otro me hizo comprender que aquel lugar no era mi mundo. ¿Cómo había llegado hasta allí? No lo sé. No puedo saberlo, pero de lo que estaba seguro era de que no tenía a donde ir. De que aquel lugar pertenecía a otro plano existencial, dimensional o... no puedo saberlo.

Llorando desesperanzado caí de rodillas y comencé a oir unas voces en mi cabeza. Fruto de la locura quizás. Tampoco tenía una respuesta para aquel perturbador suceso. Algunas de esas voces y lamentos me eran familiares.

Escuché a una mujer llorar y gritar. Mi mujer. Podía reconocerla claramente. Mi amor...

-¡Cariño! ¡Despierta... por favor, despierta! -balbuceaba entre sollozos.

Otra voz desconocida para mí la interrumpió.

-Lo siento señora, ha muerto -dijo.

FIN

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