Cine de medianoche: Mil gritos tiene la noche

El slasher es un género al que en más de una ocasión se le ha intentando dar una vuelta de tuerca para salir de la monotonía de este tipo de películas con más o menos éxito. Ahí tenemos ejemplos como Muñeco Diabólico o la más reciente Death Proof, filmes en los que se ha intentado aportar algo nuevo a un género terriblemente castigado por el paso de los años, no porque las viejas películas hayan envejecido mal, sino porque la falta de innovación ha hecho que el slasher resulte aburrido y predecible, y más aún en los tiempos que corren.

Juan Piquer Simón estrenó Mil gritos tiene la noche en 1982, y si bien no es una mina de novedades y recursos ingeniosos, resulta un slasher curioso, demencial, cutre y divertidísimo.

La historia gira en torno a un misterioso psicópata armado con una motosierra que se dedica a sembrar el pánico en el campus de una universidad debidamente plagada de jóvenes descerebrados con las hormonas por las nubes, algo indispensable en este tipo de películas.

La premisa de Juan Piquer no resulta, como he dicho antes, especialmente novedosa, pero si analizamos superficialmente esta película descubriremos que es fruto de la influencia de anteriores films de éxito como La matanza de Texas, La noche de Halloween o los giallos de Darío Argento, pero llevados a un nivel superior de locura cinematográfica y una absoluta falta de elegancia y sutileza. ¿Es esto malo? Depende de lo escrupulosos que seamos y de nuestro de nivel de refinamiento en lo que al cine se refiere, ya que si le ponemos esta película a un estirado crítico de cine, lo más seguro es que nos vomite el almuerzo en la cara, pero para alguien abierto de mente, que disfrute más con el fondo que con la forma, Mil gritos tiene la noche será como una golosina.

Si que es verdad que hay escenas realmente penosas, como la del karateka o esa en la que la coprotagonista empieza a gritar furiosamente “¡¡bestiaaa…. bestiaaa!!”, pero en conjunto son secuencias y momentos que no echan a perder el resultado final, sino que le otorgan un aire más chiflado y encantadoramente cutre a una película que tampoco pretendía marcar un antes y un después en la historia del cine.

Pero atended al final de la película, por favor. Es algo sumamente fuera de lugar y absurdo, como si el guionista hubiese pensado “esto tengo que meterlo por cojones, aunque sea una meada fuera de tiesto”, y la verdad es que no viene  cuento, pero ¡qué coño! yo no me lo esperaba, de modo que el final es otro punto a favor.