Residuos Interdimensionales (anteriormente titulado La casa del enano) es el último relato que he escrito con la intención de presentarlo en el certamen literario de mi ciudad, aunque sé que va a comerse una mierda porque no se acerca a la temática que dicho certamen suele premiar o tomarse en serio. Sí, en las bases pone que el tema es libre, pero los cojones. Ya me conozco el percal y las preferencias del jurado (más guiado por los gustos personales que por la objetividad), aunque igualmente he presentado lo que me ha dado la gana. Sé que no voy a ganar, y también sé que no va a gustar, pero prefiero seguir siendo yo, con mis pros e incontables contras, que adaptarme a los gustos de un jurado conservador.
Hablo del certamen literario, pero del concurso de cortometrajes podría decir exactamente lo mismo. A menos que presentes algo lacrimógeno o de denuncia social, no te tienen en cuenta para nada.
Y digo esto porque creo que ya basta de tanto conservadurismo y preferencia por lo estándar. Vamos a premiar aquello que se salga del camino seguido por todos, ¿no? Premiemos a los que arriesgan e innovan. ¿No es eso más interesante? Conozco a gente que escribe y graba cortos, pero ni se molestan en presentarlos porque saben el panorama que hay.
Me parece muy triste.
No obstante, en Residuos interdimensiones he intentado reducir al máximo las groserías y escenas violentas, de tal forma que pueda gustar incluso a una ama de casa sexagenaria, sin escandalizarla ni obligarla a rezar para que Dios perdone el alma del autor de semejante aberración.
Bueno, la verdad es que dudo que le guste, pero estoy casi seguro de que escandalizarse no se va a escandalizar.
También es verdad que la historia no está al 100% de su plenitud, ya que mi intención era que esto fuese una novela, pero como tuve que escribir a toda hostia para el certamen (se acercaba la fecha peligrosamente) y no tenía tiempo de pensar en algo nuevo, usé la idea y la condensé en diez páginas. Me costó horrores y me jorobó tener que resumir y quitar escenas, pero así ha salido la cosa. Es lo que hay.
En el futuro, cuando decida escribir la novela, podré explayarme.
Bueno, ya me he enrollado más de lo que tenía planeado.
Aquí os dejo la primera parte del relato, el cual no voy a subir de golpe porque aunque solo sean diez páginas, entiendo que colocar un tochazo monstruoso en el blog da mucha pereza a la hora de leerlo, así que mejor lo publico en pequeñas dosis. Y de paso me ahorro tener que pensar de qué hablo en las siguientes dos o tres entradas.
Residuos interdimensionales. 1ª parte.
Aquella mañana de otoño, aún
medio dormido, Nacho recibió una llamada de Nuria, su novia. Quería comentarle
que llevaba algún tiempo, meses, pensando en el estado de su relación, la cual
se había alargado durante cinco años, y no le gustaba el matiz que había tomado
últimamente, siendo la rutina y el aburrimiento los principales protagonistas.
Le gustaba tan poco como a Nacho aquella desagradable llamada, cuyo desenlace podía
vislumbrar desde las primeras palabras que escuchó al otro lado del auricular,
mientras veía por la ventana las rojizas luces del alba en el horizonte.
Tras un largo monólogo por parte de la
chica, repleto de explicaciones de por qué estaba ocurriendo aquello y algún
que otro reproche lanzado con suma delicadeza, finalmente soltó la bomba que
Nacho esperaba con resignación, en silencio y con la mirada clavada en el cada
vez más iluminado horizonte.
-Quiero terminar aquí la relación, Nacho.
Lo siento muchísimo, pero esto no va a ninguna parte y no quiero seguir así –dijo
ella tratando de mantener la calma y la serenidad, pero su voz sonaba por
momentos como si estuviese a punto de quebrarse y romper a llorar.
Nacho no supo qué decir exactamente, así
que se limitó a pedirle a Nuria que no se pusiera en contacto con él durante un
tiempo. Necesitaba asimilar aquello y recomponerse, y continuar sabiendo de
ella no ayudaría en nada. Más bien al contrario.
Colgó y volvió a poner el móvil sobre la
mesita de noche, lanzándolo de mala manera.
-No lo sentirás tanto cuando me has llamado
a primera hora para joderme el día entero. Qué gran idea por tu parte –murmuró
Nacho, sentado en el filo de la cama y enterrando la cara entre sus manos.
Se levantó y se frotó los ojos para
deshacerse de aquellas incómodas lágrimas que habían aflorado, luego fue al
cuarto de baño para asearse un poco, lavarse los dientes y echarse agua fría en
la cara. Mientras se secaba cayó en la cuenta de que la puerta del dormitorio
estaba abierta otra vez, y ya era la tercera noche que ocurría. No se percató
cuando salió porque estaba pensando en la aturdidora llamada que acababa de
recibir, pero ahora estaba más despejado y fue consciente de que aquello no era
normal. Nacho tenía la costumbre de dormir con la puerta de la habitación
cerrada, sin embargo ya era la tercera noche consecutiva que amanecía con la
puerta abierta. Al principio pensó que podía tratarse de algún fallo del pomo,
pero lo había revisado y estaba perfectamente. No obstante, esa mañana volvió a
echarle un vistazo, y de nuevo todo estaba en orden, salvo una cosa. En la base
de la cara de la puerta que daba al pasillo había una serie de pequeños
arañazos. Eran finos y poco profundos, como si los hubiesen hecho con la punta
de un bolígrafo o algún objeto poco punzante, pero allí estaban. Nacho no le
dio demasiadas vueltas porque no tenía ganas de seguir pensando, así que la
puerta abierta cada mañana la atribuyó al pomo –aunque supiese que al pomo no
le pasaba nada-, y los arañazos a su poco cuidado a la hora de pasar la
aspiradora.
La cafetería Manglada era el
lugar donde Nacho solía reunirse con Carlos, su amigo y confidente desde que
eran dos mocosos. Ya le había contado el asunto de la ruptura por teléfono,
pero el tema no se consideraba hablado
hasta que no quedaban para tomar café en aquel agradable local de luz tenue,
olor dulzón y maravillosa música jazz. Y allí estaban, sentados frente a frente
una tarde más.
-Sabía que las cosas no iban especialmente
bien, pero pensaba que era un bache en la relación, de ésos que todo el mundo
tiene en algún momento –dijo Nacho mientras abría un sobrecito de azúcar y
vertía el contenido en su café.
-Piensa que ahora eres libre, quédate con
eso. Sé que no es fácil, pero en realidad vives estupendamente; tienes casa
propia, trabajo estable, eres joven y, aunque no soy quien debería decirlo,
también eres atractivo. No es que me pongas cachondo, no te hagas ilusiones,
pero creo que objetivamente eres un tío de los que gusta a las mujeres, así que
no te costará demasiado buscarte a otra.
Nacho lanzó una breve carcajada y acto
seguido le dio un sorbo a su café.
La verdad era que estaba llevando muy bien
todo el tema de la ruptura, quizá porque en el fondo se la estuvo viendo venir
desde hacía unos meses. Pensaba en Nuria y la echaba de menos, a ella y a los
buenos momentos que pasaron, y también a sus pequeñas rutinas, como las tardes
de paseíto y merienda, o las horas muertas que pasaban en Fnac mirando cosas y
prometiendo no gastar nada de dinero, aunque era inevitable para ellos terminar
llevándose algún libro o DVD. Eran detalles tontos, minúsculos, que le gustaban
y echaría de menos, pero pese a todo estaba manejando la situación con bastante
calma y actitud positiva.
-Dicen que hay una crisis a los siete años
de empezar una relación, ¿no?
–comentó Nacho.
Carlos se echó para atrás su alborotada
melena rizada y resopló negando ligeramente con la cabeza, dando a entender que
no tenía ni idea de lo que estaba hablando Nacho.
-No he escuchado hablar de ninguna crisis de
los siete años. Además, ¿por qué a los siete años en concreto?
-Es por algo relacionado con nuestro pasado
como neandertales. Ya sabes, algo que está grabado en la parte más primitiva de
nuestro cerebro y se va pasando de generación en generación.
-Nacho, no sé de qué va todo eso que estás
diciendo. Lo que sí sé es que tú y Nuria no habéis llegado a los siete años,
así que… qué más da.
Sobre las dos de la madrugada,
cuando Nacho por fin logró dormirse tras aquel espantoso día que supuso el
inicio de su nueva vida, la puerta del dormitorio se abrió de forma brusca,
estampándose contra la pared y haciendo un ruido atroz. Nacho se sentó en la cama rápidamente, como si
tuviese un resorte en la cintura, y desvió la mirada hacia la puerta abierta,
esperando a que sus ojos se adaptasen a la oscuridad y así lograr ver algo.
Mientras eso ocurría, buscaba nervioso y a ciegas el interruptor de la lámpara
de la mesita de noche, pero algo se subió a la cama antes de que pudiese
encontrarlo. Fuese lo que fuese tenía el tamaño y la forma de un niño de tres
años, y pocos detalles más pudo distinguir el aterrado y confuso muchacho, ya
que la oscuridad no le permitía ver nada más que una brumosa silueta. Lo que sí
pudo captar con total claridad fue el puñetazo que aquel pequeño ser le asestó
sin mediar palabra, haciendo que Nacho cayese sobre el cabecero de la cama y se
golpease la nuca.
Cuando se reincorporó, lanzando
maldiciones y amenazas como una ametralladora, estaba solo en la habitación y
afuera se escuchaban las rápidas pisadas de alguien que bajaba las escaleras,
huyendo hacia el primer piso de la casa.
Nacho cogió una zapatilla y se dirigió con
cautela hasta las escaleras. Bajaba cada peldaño con cuidado de no hacer ruido,
y ligeramente encorvado y atento al menor sonido o movimiento, como un felino.
La zapatilla en la mano, dispuesto a golpear rabiosamente con ella ante cualquier
señal de peligro.
No fue hasta la mañana siguiente cuando se
dio cuenta de lo patética que era aquella situación.
Registró el primer piso, pero todo estaba
en orden. Nada en la cocina, ni en el salón, ni en la despensa, ni en el baño.
La puerta de casa y las ventanas parecían estar en perfectas condiciones, sin
señales de haber sido forzadas.
Llamó a la policía, porque aunque todo
parecía indicar que allí no había entrado nadie en realidad -¿un sueño,
quizá?-, el hilillo de sangre que le corría desde la nariz hasta el mentón por
culpa del puñetazo que había recibido era absolutamente real.
Mientras la policía llegaba, se sirvió un
vaso de leche y se lo bebió en el sofá, tratando de mantener la calma. Estaba
siendo un día bastante duro y extraño.
-Y dice que usted estaba durmiendo cuando
el agresor entró en la habitación, ¿no? –preguntó uno de los dos policías que
acudieron al domicilio de Nacho. El que efectuaba las preguntabas era el de
aspecto y actitud más veterana, con una amplia calva y una frondosa pero bien
recortada barba llena de canas. El otro policía era más joven y callado, y se
limitaba a inspeccionar el salón sin moverse del sitio, paseando la mirada de
un lugar a otro.
-Ha sido así, agente. Alguien entró, me
golpeó, salió corriendo y se fue de la casa. Cualquiera diría que lo único que
quería era arrearme una hostia, porque ni ha robado ni ha provocado ningún
destrozo. Sólo me ha golpeado y se ha ido.
La voz de Nacho sonaba rara debido a la
bola de papel higiénico que había introducido en su fosa nasal derecha con el
fin de detener la hemorragia.
-No tiene mucho sentido, la verdad. Ya
hemos revisado la casa entera, incluso debajo de la
alfombrilla del baño, y aquí no hay nadie. Imagino que sabe lo que estoy
pensando, ¿verdad? –comentó el policía, colocándose las manos en la cintura y desperezándose
ligeramente. Bajo sus ojos había ojeras, y su rostro reflejaba cansancio y
ganas de irse a casa a dormir. Era casi como si tuviese tatuado en la frente <dejadme en paz por hoy> en letras de neón grandes y rojas.
El otro policía seguía allí plantado como
un pasmarote, sin abrir el pico y con una desagradable media sonrisa algo
burlona y prepotente.
-No sé lo que está pensando –respondió
Nacho con desgana, tratando de dejarle claro, y de forma sutil, al policía que
no había tenido un día como para pensar mucho, y menos a esas horas.
-Usted se ha levantado sobresaltado por una
pesadilla y se ha dado un golpe con el cabecero de la cama, de ahí la sangre en
su nariz. ¿No le parece eso más lógico que la idea de alguien entrando por arte
de magia con la única intención de agredirle? Le repito que hemos revisado toda
la casa, y además de estar vacía no hay el menor indicio de cerraduras
forzadas. No le dé más vueltas, y si por un casual ocurre algo fuera de lo
común, avísenos.
Nacho sabía que lo suyo era una locura, y
que lo que estaba diciendo aquel hombre era la encarnación de la coherencia y
el sentido común, de modo que se limitó a asentir con la cabeza y acompañar a
ambos agentes a la puerta. Luego se sacó de la nariz el tapón de papel
higiénico empapado en sangre coagulada, lo tiró por el váter y se volvió a la
cama.
No hubo ningún incidente más esa noche,
aunque le fue imposible volver a dormirse.
Carlos llamó a Nacho sobre la una
del mediodía para saber cómo estaba. Para su sorpresa, el tema de conversación
no fue Nuria, sino la extraña pesadilla que le había golpeado la nariz y lo
ridículo que se sintió ante la policía tratando de explicar lo ocurrido, descubriendo
que lo que decía no tenía ni pies ni cabeza.
En cuanto al tema de su ruptura,
todo seguía indicando que Nacho lo estaba llevando bastante bien, con algo de
nostalgia y tristeza, pero sin histerias ni llantos. Y eso era bueno para
ambos, porque Nacho no sufría y Carlos se ahorraba el ejercer de pañuelo de
lágrimas, situación que nunca le había gustado debido a lo repetitiva que solía
ser. No tenía tanta paciencia ni aunque se tratase de amigos íntimos como lo
era Nacho.
La puerta de la habitación se
abrió a eso de las dos de la madrugada, despertando a Nacho con otro sobresalto
tremendo justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño tras la mala noche
anterior en la que apenas pudo cerrar los ojos. Sintió que algo se subía a la
cama, pero esta vez había dejado la persiana levantada, por lo que gracias a la
luz de una farola cercana pudo ver con claridad al extraño visitante. Debía
medir menos de un metro, y su atuendo consistía en una especie de pijama rojo
oscuro de una sola pieza que le cubría todo el cuerpo, a excepción de unos
pequeños orificios redondos para los ojos y otros para poder sacar los dedos de
las manos.
Nacho se mantuvo tumbado boca arriba
mirándolo fijamente, con el cuerpo en tensión, el rostro sereno y los ojos muy
abiertos, analizando la situación para cerciorarse de que aquello no era un
sueño. En cambio, el enano parecía estar en posición de ataque, con las piernas
semiflexionadas, el torso ligeramente encorvado hacia delante y las manos a la
altura del pecho como un dinosaurio.
En el preciso instante en que Nacho estuvo
seguro de que aquello no era sueño, cuando empezó a planear a la velocidad del
rayo un plan de ataque contra aquel tipejo, el enano le propinó dos puñetazos,
uno en cada lado de la cara, usando primero el puño derecho y luego el
izquierdo. Y de nuevo la misma táctica que la noche anterior: tras la agresión,
huída a toda velocidad.
Nacho, ciego de rabia y aturdido por los
golpes, se cayó al suelo al levantarse de la cama, pero rápidamente se
incorporó, cogió la zapatilla –sí, otra vez- y fue tras el violento enano.
-¡Ven aquí, hijo de la gran puta! –gritó,
hasta tal punto que le dolió la garganta, mientras bajaba con cautela las
escaleras, atento a la posibilidad de que el agresor apareciese de nuevo.
Mientras registraba la casa iba accionando
todos los interruptores para que la iluminación fuese máxima, pero allí no
había nadie salvo él y su miedo. Nada en el salón ni en el baño ni en la
cocina. Al igual que la noche anterior, dio la sensación de que el visitante se
desvanecía tras agredir.
Nacho, temblando como un flan, en parte
por la rabia y en parte por el miedo, llamó a la policía otra vez y les contó
lo ocurrido. Una chica de voz nasal que parecía ausente de cualquier emoción o
sentimiento aseguró que en el menor tiempo posible enviarían una patrulla.
Cuando asomaron las primeras luces del alba,
Nacho seguía registrando obsesivamente la casa cuchillo en mano, habitación por
habitación, una y otra vez. Aquello era una locura, y Nacho ya no sabía qué
pensar. Por muy físico que fuese aquel enano, por mucho que hubiese sentido su
peso al subirse en la cama, y por mucho que aún le doliesen los golpes
asestados en la cara, aquello no tenía sentido.
La policía no llegó a presentarse.
Continuará...
Está muy bueno el relato, mucho me ha gustado e inquietado y dejado con las ganas de saber que demonios va a pasar.
ResponderEliminarY bueno, con respecto a los concursos de cortos o literatura, la única y desalentadora conclusión es que cada uno está por su cuenta, a menos que nos dejemos adueñar, algo impensable. Y vaya que sé de eso...
Muchas gracias Jimmy!
EliminarYa veo que la mediocridad de los concursos no es exclusiva de mi ciudad jeje
Bueno, me reservo la opinión hasta haberlo leído entero, claro, pero de momento ya me ha interesado saber cómo continúa.
ResponderEliminarGracias, me alegro mucho Raül :D
EliminarEso sí, me he dado cuenta de que hay una parte que está mal:
"Era casi como si tuviese tatuado en la frente <> en letras de neón grandes y rojas"
Entre esos dos guiones hay un texto, pero no sé por qué no me lo ha copiado. Voy a arreglarlo.