Continúan las aventuras y desventuras de Nacho, un tipo normal enfrentado a una situación que ni entiende ni controla.
Residuos interdimensionales. 2ª parte
-¿No dijiste que no querías tener contacto
conmigo hasta pasado un tiempo? –respondió Nuria al otro lado del auricular,
con una sequedad y frialdad que hizo plantearse a Nacho colgar el teléfono y
ponerse a llorar.
-Ya, pero he hecho las cosas mal. Pensaba
que me había tomado bien esto de la ruptura, pero creo que no es así. No estoy
exteriorizando lo que siento, y juraría que eso me está jugando una mala
pasada.
-No te entiendo.
-Tengo que abrirme y sacarlo todo, porque
tragarme los sentimientos me está pasando factura. Nuria, romper contigo ha
sido un palo, y te voy a echar muchísimo de menos. Te quiero mucho y ojalá
siguieras a mi lado.
Silencio durante unos segundos.
-¿Qué te pasa, Nacho? –esta vez la voz de
Nuria sonaba más cálida y mostraba algo que parecía ser preocupación.
-Que tengo que soltar lo que llevo dentro.
Si uno se traga las penas y no las exterioriza jamás, la psique las acumula y
acaba saturándose. Al final termina saliendo todo igualmente, pero de mala manera…
y eso es lo que me está ocurriendo. ¿Recuerdas cuando me decías que era más
frío e inexpresivo que un maniquí? Pues tenías razón, y romper contigo ha sido la
gota que ha colmado el vaso, por eso quiero desahogarme antes de que esto vaya
a peor, y decirte que te amo y que me duele saber que nunca te volveré a besar
y esas cosas.
De repente, Nacho se puso en el lugar de
Nuria y se dio cuenta de que si fuese él quien estuviese escuchado esas
palabras, pensaría que la otra persona está como un cencerro. Sus palabras
sonaban muy mal, como las de alguien que está a punto de cometer un asesinato
múltiple porque Dios se lo ha ordenado.
-A ver, Nacho, ¿me estás pidiendo volver?
-¡No! No, no. Lo que quiero es dejar de
tragarme lo que siento y sacarlo de forma constante y en pequeñas dosis. Mira,
Nuria, hay dos tipos de personas: los que cuando están enfadados, tristes o
alegres lo manifiestan, y los que lo ocultan y se callan, se callan, se callan
y se callan, y al final, cuando explotan, lo hacen con una escopeta en las
manos. Yo estoy en el segundo grupo, y aunque no he cogido ninguna escopeta, sí
que estoy teniendo visiones. Tal y como suena.
Otros interminables segundos de silencio.
-¿Visiones? ¿De qué estás hablando, tío?
–preguntó Nuria, cada vez más descolocada y confusa.
-Me da igual que me creas o no, pero estoy
convencido de que el cacao mental que tengo se está manifestando en forma de
visiones. Primero pensé que eran reales, luego que eran producto de mi
imaginación, después volví a pensar que eran reales, y ahora, tras meditarlo y
pensarlo fríamente, he llegado a la conclusión de que tienen que ser visiones
–dijo Nacho, frenético y amontonando las palabras, como si estuviese hablando
contrarreloj.
-Si me dices esto, lo único que puedo hacer
es aconsejarte que busques ayuda.
-¡No! Sé dónde está el problema y voy a
arreglarlo yo mismo.
-Nacho, mañana, cuando te hayas calmado, te
llamo para saber cómo estás, ¿quieres?
-No.
Nacho colgó el teléfono con un fuerte
golpe y se puso a sollozar porque volver a escuchar la voz de Nuria era duro
para él, pero también porque conforme avanzaba la conversación se fue dando
cuenta de que sonaba como un loco. Y quizá lo estuviese en parte, pero iba a
poner remedio. En cualquier caso, sentía que había hecho el ridículo.
Después de estar veinte minutos dándole
vueltas a lo sucedido, reproduciendo mentalmente sus desquiciadas palabras y
arrepintiéndose de haber hecho aquella llamada, volvió a descolgar el teléfono,
pero esta vez marcó el número de Carlos.
-¡Ey, Nachete! –respondió al instante con
su habitual tono alegre y simpático, todo lo contrario que Nacho.
-Carlos, ¿podemos quedar? Necesito charlar
un rato.
-¿Café en Manglada?
-Claro.
-¿Qué pasa, Nacho?
-Muchas cosas.
Era la tercera noche tras los
ataques del enano, pero Nacho, ayudado por los sabios consejos de Carlos, había
terminado de convencerse de que aquello era cosa suya y que no existía ningún
enano agresivo, sólo un montón de sentimientos reprimidos que estaban aflorando
–más bien erupcionando, igual que un volcán desatado– como consecuencia de la
ruptura con Nuria. No obstante, y aún estando convencido casi al cien por cien
de que todo era producto de su imaginación, antes de volver a casa pasó por la
ferretería, compró un par de pestillos y los instaló en la puerta de su
dormitorio. Además, esa noche dejó un cuchillo de cocina sobre la mesita de
noche, por si acaso. Fuese o no fuese una alucinación, si algo volvía a entrar
en su cuarto lo apuñalaría hasta matarlo.
A la una de la madrugada Nacho
tenía los ojos de par en par, fijos en el techo, y esperando escuchar algo
inusual en el pasillo. Después de dos noches de pesadilla le era imposible
conciliar el sueño, de modo que no había dado ni una miserable cabezada desde
que se metió en la cama después de cenar, hacía ya casi tres horas. Estaba demasiado atento a cualquier sonido, y
hasta el estridente aleteo de un mosquito le hacía ponerse en guardia.
Estaba harto de dar vueltas en la cama,
así que pensó en levantarse y asomarse a la ventana de su cuarto para tomar el
fresco, pero no hizo más que poner el pie derecho en el suelo cuando el pomo de
la puerta empezó a moverse; primero despacio, y luego violentamente. Allí
estaba otra vez aquel demonio, pero, pese a todo, Nacho seguía dudando de su
existencia. Se quedó sentado en la cama mirando inexpresivo y fijamente a la
puerta, viendo cómo el pomo era sacudido violentamente por un ser enfurecido al
habérsele denegado la entrada.
Nacho grabó la puerta con el móvil y le
envío el vídeo a Carlos, quien sabía que estaba despierto porque solía
trasnochar jugando con la videoconsola. Acto seguido le envío el siguiente
mensaje:
¿Qué
ves?
A lo que Carlos respondió:
¿Por
qué se está moviendo así la puerta?
Nacho no necesitaba más pruebas para saber
que aquello, finalmente, no eran alucinaciones suyas. Por una parte se alegró,
ya que ese dato iba en favor de su salud mental, pero por otro lado se aterró.
¿Qué era entonces aquella cosa? ¿Cómo podía entrar y salir de la casa tan
fácilmente? ¿Acaso… era humano?
El enano siguió forcejeando con la puerta,
y cuando se aburrió empezó a arañarla frenéticamente durante varios minutos.
Nacho no podía hacer más que empuñar con fuerza el cuchillo que cautelosamente
había dejado en la mesita de noche y esperar a que el monstruo se fuese, y la
verdad es que no tardó demasiado en irse. Cuando el enano fue consciente de que
no podría entrar, se encaminó hacia el primer piso, bajó las escaleras al trote
–Nacho podía escuchar desde su cuarto las pequeñas pisadas alejándose–, y
empezó a romper los vasos y platos de la cocina. Nacho escuchaba el estruendo desde su
improvisada fortaleza impenetrable, mientras gritaba toda clase de insultos y
blandía el cuchillo de forma histriónica. Incluso se planteó bajar para poner fin al
estropicio, pero fue incapaz. Pese a su enfado y frustración, le tenía pánico a aquella pequeña criatura.
Al amanecer, Nacho se pasó toda
la mañana recogiendo los innumerables pedazos de platos y vasos que había
repartidos por toda la cocina y parte del salón. Llenó por dos veces el cubo de
la basura con los restos que iba barriendo.
La puerta del dormitorio estaba llena de
arañazos –en el suelo había un pequeño manto de raspadura-, y aunque quizá era
imaginación suya, a Nacho le pareció distinguir algo similar a dibujos arcaicos
y símbolos desconocidos para él. Ya nada podía sorprenderle tras lo sucedido en
los últimos días, y en lo único que pensaba era en librarse de aquella maldición.
Después de limpiar bien la casa, se sentó
frente al ordenador y buscó “enano” en Internet. Los primeros enlaces que
aparecían estaban relacionados con la alteración genética que provoca que
algunas personas tengan una talla demasiado baja, pero aquello no le interesaba
a Nacho ni lo más mínimo, ya que estaba convencido de que su casa era invadida
por algo no humano. Otros enlaces hablaban del enano como criatura mitológica,
sin embargo los datos y descripciones no se ajustaban en absoluto a lo que
desde hacía tres noches le estaba amargando la vida. Entonces, ¿podría tratarse
de un fantasma? ¿Un duende?
Nacho siguió navegando y encadenando
enlaces hasta que finalmente llegó a la página web de alguien que cuatro o
cinco días antes le habría producido repulsión: un parapsicólogo. Para Nacho,
toda la fauna compuesta por curanderos, chamanes, futurólogos y demás gente de
similar calaña era escoria. Ladrones que se aprovechan de la ignorancia y
desesperación de la gente. Sin embargo, ahora era Nacho quien estaba a punto de
marcar el número de teléfono de aquel parapsicólogo llamado –o apodado, quién sabía-
Dr. Zacarías, porque estaba confuso, aturdido y necesitaba explicaciones para
lo que estaba ocurriendo en su hogar. Era obvio que el enano desafiaba las
leyes de la física cada vez que se esfumaba tras sus fechorías, por eso quizá
era buena idea acudir a alguien especializado en lo inmaterial. Aunque el tal
Dr. Zacarías fuese un estafador, era mejor probar suerte con él que quedarse de
brazos cruzados esperando a que el enano volviese a la carga.
Continuará...
Espero que llegue el enfrentamiento entre Dr. Zacarías y el enano infernal!
ResponderEliminarEl épico-lamentable desenlace, el jueves!!
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