Jonás Cuarón, hijo del conocido cineasta
Alfonso Cuarón, es el director de Desierto,
una curiosa película rodeada por una envoltura de cine de autor, cine de
denuncia social, que en realidad es (además de eso) un survival lleno de tiros
y muertos. El contraste.
Sí, cuando me dispuse a ver Desierto imaginaba un drama social
sobre el tema de la inmigración mejicana, las fronteras estadounidenses, las
aduanas y esas movidas que tanto juego dan para cascarse un drama con todas las
de la ley, y os mentiría si dijera que Desierto
no es, al menos en parte, eso… Pero añadiendo a la ecuación un psicópata
dedicado en cuerpo y alma a cazar inmigrantes con su rifle de largo alcance.
La película nos cuenta cómo un
grupo de inmigrantes mejicanos, cuyo objetivo es cruzar la frontera para llegar
a los EEUU, acaban tirados en mitad del desierto cuando el camión que los
transporta sufre una avería. Como si estar abandonados en un lugar hostil y con
el agua justa no fuera suficiente, un perturbado mental (posible metáfora de
Donald Trump), interpretado por el siempre sobresaliente Jeffrey Dean Morgan,
se empeña en cazarlos uno a uno con la ayuda de un rifle y su fiel perro de
presa. A partir de aquí, estos mejicanos liderados por Moisés (estupendo Gael
García Bernal, como de costumbre) tendrán que hacer lo posible por sobrevivir y
evitar ponerse a tiro del letal cazador.
Como ya he mencionado, la
estética de la película, incluso parte de su premisa, contrasta con lo que de
verdad acaba siendo el conjunto: una historia de supervivencia llena de tensión
y horror. No es nada nuevo, puesto que esta historia del gato y el ratón nos la
han contado ya mil veces, pero el resultado final es un título bien resuelto y
con un ritmo que no decae jamás. Esto último se beneficia del escaso metraje, que
no llega a los noventa minutos, y eso es bueno. Del mismo modo que durando lo
que dura aprovecha los escasos recursos que ofrece la historia (transcurre en
mitad del desierto, y ahí no hay mucho que rascar), consiguiendo salir del paso
de una forma sobradamente digna y hábil, no quiero pensar cómo habría terminado
esto si les hubiese dado por alargar la película hasta las habituales dos
horas. Desierto dura lo que debe
durar una película de este tipo, es decir, menos de hora y media. Salirse de
ese esquema suele desembocar en el fracaso, y es que hay películas que por su
premisa no deberían extenderse más allá de lo puramente necesario. Quince
minutos de más pueden arruinar una película que hasta ese momento iba de
perlas.
Desierto tiene sus fallos, por supuesto, y también cagadas que no
pueden considerarse errores pero que algo dentro de ti grita que eso sobra, que
eso no está bien. Por ejemplo, la obviedad de llamar al protagonista Moisés me
parece un guiño bíblico descarado y poco sutil.
También hay que mencionar los
bruscos cambios en las habilidades del villano con su rifle. Dicho de otra
forma: su puntería se altera según le convenga al guionista. Lo mismo se
cepilla a cinco blancos en movimiento, que falla un disparo que incluso yo
sería capaz de acertar.
Los problemas de Desierto restan calidad pero ni mucho
menos la estropean. No es una película de las que cambian la vida o
revolucionan el cine, pero dentro de su trillada premisa hace todo lo posible
por resultar original, y relativamente lo consigue.
La cuestión, lo que a mí me
importa de verdad, es que me hizo pasar un buen rato sin mirar el reloj ni una
sola vez.
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