lunes, 31 de julio de 2017

Baby Driver


Baby es un conductor especializado en huir de la policía, por eso se gana la vida conduciendo para atracadores. La particularidad de Baby es que para hacer bien su trabajo necesita dos herramientas esenciales: música y auriculares.


Me encanta cuando en alguna película combinan un temazo con las imágenes que estamos viendo, así que haceos una idea de lo que he sentido viendo Baby Driver, una película que VA DE ESO.
Edgar Wright, director que para mí es sinónimo de calidad, vuelve con una película que, siendo honestos, no parte de una idea demasiado original. The Driver, de Walter Hill, y Drive, de Nicolas Winding Refn, son dos películas que tratan de lo mismo, exactamente la misma propuesta: conductores que trabajan para delincuentes. ¿Entonces por qué Baby Driver, que básicamente es un remake alegre y edulcorado de Drive, es tan buena? No es por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Ahí reside la cuestión, ahora y siempre. Es complicado que un blockbuster resulte original, y podría decirse que el 99% parten de ideas que ya hemos visto antes, pero a veces los directores y guionistas se preocupan por coger una idea de sobra conocida y embellecerla de tal manera que tenga sabor a nuevo. Si a esto le sumamos que Edgar Wright es un fuera de serie de leguaje cinematográfico y el manejo de la cámara, el resultado ha de ser positivo sí o sí.


Baby Driver cuenta con un reparto espectacular encabezado por el sorprende y poco conocido Ansel Elgort, Lily James, Kevin Spacey, Eiza González, John Hamm y un desatado y jokeriano Jamie Foxx.
Otro elemento crucial en esta película es la enorme banda sonora, cargada de buen gusto y buenas canciones. La música no es un simple adorno colocado como telón de fondo, sino que, además de ser parte de la trama (el protagonista necesita escuchar música para silenciar los pitidos que retumban en sus oídos a raíz de un accidente de coche), varias escenas están rodadas y montadas al ritmo de la música que suena en ese momento, de modo que el resultado final recuerda poderosamente a un musical en el que se sustituyen los pasos de baile y las coreografías por persecuciones automovilísticas, golpes y disparos.
Está claro que la artillería de Wright está en la fusión de música e imagen, en lo bien rodada que está en general y en el carisma que desprende cada fotograma, personajes incluidos. La película es, casi por encima de todo, una oda al lenguaje cinematográfico.

Lo único que le achaco es que Wright está algo contenido... De hecho, creo que su estilo queda diluido casi por completo. Veo que la película es técnicamente impecable, pero no encuentro los habituales tics que hacen Wright a Wright. No entiendo por qué ha de contenerse un director que, siendo él mismo, resulta divertido, fresco y espectacular.
En cualquier caso, esto es una pequeñez que no enturbia el conjunto.

Soy el primero que a veces dice eso de que a un blockbuster no se le puede pedir mucho, pues su única función es entretener y hacer desconectar las neuronas, pero viendo cosas como Baby Driver, un blockbuster que además de entretenimiento es BUEN CINE, me arrepiento de pensar así en ocasiones. Qué demonios, un blockbuster puede ser inteligente, no estar encorsetado ni prefabricado y poseer valor cinematográfico... ¿Por qué no exigirlo más a menudo en lugar de conformarnos con cualquier cosa que simplemente entretenga? Puede que así se estrenasen Baby Drivers con más regularidad.

Imprescindible.

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