Residuos interdimensionales. Última parte
El Dr. Zacarías se presentó en
casa de Nacho pocas horas después de que éste le llamase para informarse sobre
sus servicios y precios. Lo único que sacó en claro con aquella llamada era que
la casa necesitaba una limpieza de residuos
interdimensionales –así llamó el parapsicólogo al problema en cuestión– y
que la sesión costaría unos cien euros. A Nacho todo le sonaba a timo,
mentiras, estupideces para magufos y
dinero desperdiciado, pero había que probar.
Zacarías resultó ser un tipo de no más de
cuarenta años, bien vestido –chaqueta americana gris sobre camiseta negra–,
media melena y un bigote de motero que le caía por la comisura de los labios
hasta casi tocar el mentón. Tenía un aspecto más o menos intimidante, pero al
hablar quedaba claro que se trataba de alguien educado, cercano y simpático, lo
cual significaba que, muy probablemente, también era un completo sinvergüenza.
El parapsicólogo le contó a Nacho que
hacía años había viajado por el mundo en busca de sabiduría y conocimientos
místicos, y que entre otras cosas había convivido durante semanas con los chonoko, una remota tribu del Amazonas
con la que, entre otras cosas, aprendió a realizar exorcismos y limpiezas
espirituales. También practicó la
proyección astral, durmió bajo la luz de las estrellas y bebió orina con los
miembros más respetados de aquella tribu.
Zacarías le hizo varias preguntas a Nacho
para recabar datos sobre lo que podría estar ocurriendo. Una de las cosas que quiso
saber era si tenía enemistad con algún vecino, ya que cabía la posibilidad de
que estuviese siendo víctima de la magia negra. Nacho respondió negativamente,
de modo que Zacarías descartó la idea del vecino rencoroso y se puso manos a la
obra. Para empezar le pidió a Nacho un huevo, y luego se paseó por toda la casa
frotándolo con suavidad por las paredes y agitándolo en el aire mientras
murmuraba unos extraños cánticos que recordaban al idioma árabe. Después
encendió una gruesa varita de incienso, aspiró un poco del humo de forma poco
sutil, como si esnifase cocaína con ansias, y volvió a recorrer la casa
esparciendo aquella aromática humareda por todas las habitaciones y pasillos.
Nacho se limitaba a observar e intentar disimular la cara de capullo timado que
se le estaba quedando.
La sesión acabó en la cocina, con Zacarías
cascando el huevo y vertiendo el contenido en un bol. En ese momento, Nacho
respiró aliviado y pensó que quizá aquel parapsicólogo no era un fraude tan
grande como pensaba. ¿La razón? El contenido del huevo no era una brillante
yema y una clara, sino una viscosa sustancia negra, aceitosa y maloliente. No
podía ser un montaje, ya que el huevo procedía de la nevera de Nacho, y tampoco
cabía la posibilidad de que Zacarías le hubiese dado el cambiazo, puesto que el
muchacho había estado con él durante todo el ritual sin quitarle el ojo de
encima.
-Ahí va ese pequeño indeseable. Ya puedes
olvidarte de él –dijo el doctor mientras tiraba el contenido del huevo por el
fregadero.
-La verdad es que me ha… me ha
impresionado –confesó Nacho.
Cuando Nacho se metió en la cama
esa noche, estaba tranquilo y despreocupado, convencido de que, por fin, todo
iba a ir bien. Lo ocurrido con el huevo le había garantizado casi por completo
que la labor desempañada por el Dr. Zacarías había sido útil y honrada, sin
trampa ni cartón. Realmente el maldito huevo había filtrado lo que el
parapsicólogo llamaba residuos
interdimensionales. Basurilla cósmica que podía provocar alteraciones en
nuestro mundo, como por ejemplo la presencia de un enano agresivo procedente de
otro plano dimensional. Según contó Zacarías, años atrás se había enfrentado a
un caso parecido, sólo que en esa ocasión los disturbios no eran provocados por
un enano, sino por un ser humanoide de casi dos metros, extremadamente delgado,
desnudo y con tentáculos en lugar de cabeza. El parapsicólogo aseguraba que
casi todo lo que consideramos apariciones fantasmales de personas difuntas son
en realidad débiles materializaciones de seres de otra dimensión. El problema
con el enano de Nacho es que no era precisamente una materialización débil,
sino todo lo contrario, de ahí que pudiese infligir daño, romper cosas y, en
general, interactuar con nuestro mundo.
Claro que todo eso eran simples
especulaciones de Zacarías. Podía tener razón y también podía estar equivocado,
pero teniendo en cuenta su numerito con el huevo, podría decirse que el tío
sabía de qué iba la cosa.
Nacho estaba tan tranquilo que dejó la
puerta del dormitorio abierta y prescindió del cuchillo sobre la mesita de
noche. Iba a dormir en absoluta paz.
A la una y cuarto de la madrugada, Nacho se
despertó al sentir que algo pesado se subía en la cama con cierta dificultad.
-No, otra vez no, por Dios –murmuró de
forma casi inaudible.
Levantó y giró un poco la cabeza para ver
qué había sobre la cama, aunque no necesitaba mirar para saberlo. Era el enano,
por supuesto, y estaba completamente erguido, con las piernas separadas y las
manos a la altura de los muslos. Su postura recordaba a la que adoptan los
vaqueros durante un duelo a muerte. Si unas noches atrás parecía estar
preparado para atacar y abalanzarse sobre su presa, esta vez daba la impresión
de estar en actitud desafiante, como si intentase demostrar quién mandaba allí
tras saber que Nacho había tratado de echarlo de casa.
La criatura no articuló palabra alguna, y
Nacho tampoco. Él se limitó a pensar en el dinero que le había pagado a
Zacarías y en lo bien que se lo estaría pasando el maldito estafador. Pensaba
en eso y luego miraba detenidamente al enano, que ya no representaba únicamente
una amenaza, sino también el patetismo y fracaso de Nacho al no afrontar el
problema como era debido, de modo que, gracias a la ira que en ese instante
viajaba por su cuerpo como si de electricidad se tratase, decidió hacerse cargo
de la situación y plantarle cara al enano. Quizá al ser atacado se esfumaría de
vuelta a su dimensión o cualquiera que fuera su lugar de origen, pero Nacho iba
a procurar por todos los medios que volviese, en el mejor de los casos, con
tres o cuatro costillas rotas, así que se lanzó sobre él gritando como un
guerrero berserker, ciego de rabia y pensando en Zacarías y en su fracaso
amoroso para inspirarse a la hora de repartir puñetazos, patadas y, si era
necesario, mordiscos. No quería darle una paliza al enano, sino matarlo,
despedazarlo con las manos, esparcir los restos por toda la habitación y
beberse la sangre en su cráneo. Ambos
cayeron al suelo y se fundieron en una igualada orgía de puñetazos, arañazos y
forcejeos, porque aunque el enano era pequeño, parecía poseer la fuerza de
alguien de tamaño estándar, de modo que no le costó demasiado agarrarse a Nacho
y propinarle un buen número de golpes y cabezazos hasta que, finalmente, el
muchacho logró agarrar al monstruo de ambos brazos, inmovilizándolo y pudiendo
de esa forma estrellar la cabeza de su oponente contra el suelo hasta que se
dibujó una dispersa mancha de sangre en el parqué y el cuerpo dejó de moverse y
respirar.
Nacho, entre jadeos y manchado
de sangre propia y ajena, se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la
pared. Observó el cuerpo del engendro allí tirado, rodeado por una mancha de
sangre cada vez más grande, y de repente ya no sentía ganas de destrozarlo. Le
bastaba con saber que estaba muerto.
Nacho, entre nervios y prisas,
fue a la cochera, cogió un saco, algo de cuerda y una pala. Luego metió el
cuerpo del enano –a quien no se molestó en quitarle la máscara para verle el
rostro. Ya tenía suficientes traumas– en el saco y lo ató bien fuerte. Metió el
paquete en el maletero del coche y Nacho se sentó al volante. Justo antes de
meter la llave en el contacto cayó en la cuenta de que ni siquiera se había
vestido. Estaba en calzoncillos, su típico atuendo para dormir. No tenía ni
tiempo ni ganas de entrar en casa a coger un pantalón y una camiseta, sólo
quería acabar con aquello cuando antes. Su plan era ir al campo, hasta alguna
zona bien alejada de la ciudad. Una vez allí enterraría el cuerpo del enano,
regresaría a casa, se ducharía y se olvidaría de aquellos surrealistas días. A
aquellas alturas le daba igual averiguar quién o qué era el enano, y conocer su
procedencia también había pasado a la lista de cosas que le importaban un
comino. Lo único que le interesaba era deshacerse de él, nada más.
Tras un rato conduciendo llegó al monte,
se apeó del vehículo y fue, pala en mano, derecho al maletero. La desagradable
sorpresa fue descubrir que el saco estaba completamente rajado y vacío.
-¡Hijo de puta! –gritó Nacho a toda voz,
con la tranquilidad de saber que nadie le iba a escuchar.
Nacho estaba preguntándose dónde demonios
podría estar el enano cuando escuchó cerrarse bruscamente la puerta del
conductor. Echó a correr hacia ella, pero antes de que pudiese llegar el motor
arrancó y el coche comenzó a alejarse a toda velocidad, dejando a Nacho tirado
en mitad del monte a las tantas de la madrugada. Se hincó de rodillas aullando
de rabia, golpeando el sueldo y maldiciendo de todas las formas que sabía.
Golpeó con más fuerza al caer en la cuenta de que no llevaba el móvil encima,
por lo que la opción de llamar a Carlos para que fuese a recogerlo quedó
descartada.
Intentó
hacer autostop, pero entre que pasaban pocos coches y que, por lógica, nadie en
su sano juicio recogería a alguien que se pasea por la carretera a las tres de
la madrugada en calzoncillos y manchado de sangre, lo único que pudo hacer fue
volver caminando. Tardó cuatro horas en llegar, y aunque las piernas y las
sangrantes ampollas de los pies le dolían muchísimo, lo que más le hizo sufrir
fue descubrir que su coche estaba aparcado en la puerta de casa.Fin
Al principio pensaba que iba a ser una especie de versión casera de Sueños en la casa de la bruja de Lovecraft, pero al final me ha sorprendido por cómo ha ido evolucionando. Me ha hecho mucha gracia el patetismo y el aire "sobrenatural de andar por casa". Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias! Me alegra que te haya gustado :)
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