jueves, 14 de mayo de 2015

Residuos interdimensionales (última parte)



                                         Residuos interdimensionales. Última parte

El Dr. Zacarías se presentó en casa de Nacho pocas horas después de que éste le llamase para informarse sobre sus servicios y precios. Lo único que sacó en claro con aquella llamada era que la casa necesitaba una limpieza de residuos interdimensionales –así llamó el parapsicólogo al problema en cuestión– y que la sesión costaría unos cien euros. A Nacho todo le sonaba a timo, mentiras, estupideces para magufos y dinero desperdiciado, pero había que probar.
     Zacarías resultó ser un tipo de no más de cuarenta años, bien vestido –chaqueta americana gris sobre camiseta negra–, media melena y un bigote de motero que le caía por la comisura de los labios hasta casi tocar el mentón. Tenía un aspecto más o menos intimidante, pero al hablar quedaba claro que se trataba de alguien educado, cercano y simpático, lo cual significaba que, muy probablemente, también era un completo sinvergüenza.
     El parapsicólogo le contó a Nacho que hacía años había viajado por el mundo en busca de sabiduría y conocimientos místicos, y que entre otras cosas había convivido durante semanas con los chonoko, una remota tribu del Amazonas con la que, entre otras cosas, aprendió a realizar exorcismos y limpiezas espirituales. También practicó la proyección astral, durmió bajo la luz de las estrellas y bebió orina con los miembros más respetados de aquella tribu.
     Zacarías le hizo varias preguntas a Nacho para recabar datos sobre lo que podría estar ocurriendo. Una de las cosas que quiso saber era si tenía enemistad con algún vecino, ya que cabía la posibilidad de que estuviese siendo víctima de la magia negra. Nacho respondió negativamente, de modo que Zacarías descartó la idea del vecino rencoroso y se puso manos a la obra. Para empezar le pidió a Nacho un huevo, y luego se paseó por toda la casa frotándolo con suavidad por las paredes y agitándolo en el aire mientras murmuraba unos extraños cánticos que recordaban al idioma árabe. Después encendió una gruesa varita de incienso, aspiró un poco del humo de forma poco sutil, como si esnifase cocaína con ansias, y volvió a recorrer la casa esparciendo aquella aromática humareda por todas las habitaciones y pasillos. Nacho se limitaba a observar e intentar disimular la cara de capullo timado que se le estaba quedando.
     La sesión acabó en la cocina, con Zacarías cascando el huevo y vertiendo el contenido en un bol. En ese momento, Nacho respiró aliviado y pensó que quizá aquel parapsicólogo no era un fraude tan grande como pensaba. ¿La razón? El contenido del huevo no era una brillante yema y una clara, sino una viscosa sustancia negra, aceitosa y maloliente. No podía ser un montaje, ya que el huevo procedía de la nevera de Nacho, y tampoco cabía la posibilidad de que Zacarías le hubiese dado el cambiazo, puesto que el muchacho había estado con él durante todo el ritual sin quitarle el ojo de encima.
    -Ahí va ese pequeño indeseable. Ya puedes olvidarte de él –dijo el doctor mientras tiraba el contenido del huevo por el fregadero.
    -La verdad es que me ha… me ha impresionado –confesó Nacho.


Cuando Nacho se metió en la cama esa noche, estaba tranquilo y despreocupado, convencido de que, por fin, todo iba a ir bien. Lo ocurrido con el huevo le había garantizado casi por completo que la labor desempañada por el Dr. Zacarías había sido útil y honrada, sin trampa ni cartón. Realmente el maldito huevo había filtrado lo que el parapsicólogo llamaba residuos interdimensionales. Basurilla cósmica que podía provocar alteraciones en nuestro mundo, como por ejemplo la presencia de un enano agresivo procedente de otro plano dimensional. Según contó Zacarías, años atrás se había enfrentado a un caso parecido, sólo que en esa ocasión los disturbios no eran provocados por un enano, sino por un ser humanoide de casi dos metros, extremadamente delgado, desnudo y con tentáculos en lugar de cabeza. El parapsicólogo aseguraba que casi todo lo que consideramos apariciones fantasmales de personas difuntas son en realidad débiles materializaciones de seres de otra dimensión. El problema con el enano de Nacho es que no era precisamente una materialización débil, sino todo lo contrario, de ahí que pudiese infligir daño, romper cosas y, en general, interactuar con nuestro mundo.
     Claro que todo eso eran simples especulaciones de Zacarías. Podía tener razón y también podía estar equivocado, pero teniendo en cuenta su numerito con el huevo, podría decirse que el tío sabía de qué iba la cosa.
     Nacho estaba tan tranquilo que dejó la puerta del dormitorio abierta y prescindió del cuchillo sobre la mesita de noche. Iba a dormir en absoluta paz.


 A la una y cuarto de la madrugada, Nacho se despertó al sentir que algo pesado se subía en la cama con cierta dificultad.
    -No, otra vez no, por Dios –murmuró de forma casi inaudible.
     Levantó y giró un poco la cabeza para ver qué había sobre la cama, aunque no necesitaba mirar para saberlo. Era el enano, por supuesto, y estaba completamente erguido, con las piernas separadas y las manos a la altura de los muslos. Su postura recordaba a la que adoptan los vaqueros durante un duelo a muerte. Si unas noches atrás parecía estar preparado para atacar y abalanzarse sobre su presa, esta vez daba la impresión de estar en actitud desafiante, como si intentase demostrar quién mandaba allí tras saber que Nacho había tratado de echarlo de casa.
     La criatura no articuló palabra alguna, y Nacho tampoco. Él se limitó a pensar en el dinero que le había pagado a Zacarías y en lo bien que se lo estaría pasando el maldito estafador. Pensaba en eso y luego miraba detenidamente al enano, que ya no representaba únicamente una amenaza, sino también el patetismo y fracaso de Nacho al no afrontar el problema como era debido, de modo que, gracias a la ira que en ese instante viajaba por su cuerpo como si de electricidad se tratase, decidió hacerse cargo de la situación y plantarle cara al enano. Quizá al ser atacado se esfumaría de vuelta a su dimensión o cualquiera que fuera su lugar de origen, pero Nacho iba a procurar por todos los medios que volviese, en el mejor de los casos, con tres o cuatro costillas rotas, así que se lanzó sobre él gritando como un guerrero berserker, ciego de rabia y pensando en Zacarías y en su fracaso amoroso para inspirarse a la hora de repartir puñetazos, patadas y, si era necesario, mordiscos. No quería darle una paliza al enano, sino matarlo, despedazarlo con las manos, esparcir los restos por toda la habitación y beberse la sangre en su cráneo.  Ambos cayeron al suelo y se fundieron en una igualada orgía de puñetazos, arañazos y forcejeos, porque aunque el enano era pequeño, parecía poseer la fuerza de alguien de tamaño estándar, de modo que no le costó demasiado agarrarse a Nacho y propinarle un buen número de golpes y cabezazos hasta que, finalmente, el muchacho logró agarrar al monstruo de ambos brazos, inmovilizándolo y pudiendo de esa forma estrellar la cabeza de su oponente contra el suelo hasta que se dibujó una dispersa mancha de sangre en el parqué y el cuerpo dejó de moverse y respirar.  
     Nacho, entre jadeos y manchado de sangre propia y ajena, se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared. Observó el cuerpo del engendro allí tirado, rodeado por una mancha de sangre cada vez más grande, y de repente ya no sentía ganas de destrozarlo. Le bastaba con saber que estaba muerto.


Nacho, entre nervios y prisas, fue a la cochera, cogió un saco, algo de cuerda y una pala. Luego metió el cuerpo del enano –a quien no se molestó en quitarle la máscara para verle el rostro. Ya tenía suficientes traumas– en el saco y lo ató bien fuerte. Metió el paquete en el maletero del coche y Nacho se sentó al volante. Justo antes de meter la llave en el contacto cayó en la cuenta de que ni siquiera se había vestido. Estaba en calzoncillos, su típico atuendo para dormir. No tenía ni tiempo ni ganas de entrar en casa a coger un pantalón y una camiseta, sólo quería acabar con aquello cuando antes. Su plan era ir al campo, hasta alguna zona bien alejada de la ciudad. Una vez allí enterraría el cuerpo del enano, regresaría a casa, se ducharía y se olvidaría de aquellos surrealistas días. A aquellas alturas le daba igual averiguar quién o qué era el enano, y conocer su procedencia también había pasado a la lista de cosas que le importaban un comino. Lo único que le interesaba era deshacerse de él, nada más.
     Tras un rato conduciendo llegó al monte, se apeó del vehículo y fue, pala en mano, derecho al maletero. La desagradable sorpresa fue descubrir que el saco estaba completamente rajado y vacío.
    -¡Hijo de puta! –gritó Nacho a toda voz, con la tranquilidad de saber que nadie le iba a escuchar.
     Nacho estaba preguntándose dónde demonios podría estar el enano cuando escuchó cerrarse bruscamente la puerta del conductor. Echó a correr hacia ella, pero antes de que pudiese llegar el motor arrancó y el coche comenzó a alejarse a toda velocidad, dejando a Nacho tirado en mitad del monte a las tantas de la madrugada. Se hincó de rodillas aullando de rabia, golpeando el sueldo y maldiciendo de todas las formas que sabía. Golpeó con más fuerza al caer en la cuenta de que no llevaba el móvil encima, por lo que la opción de llamar a Carlos para que fuese a recogerlo quedó descartada.
     Intentó hacer autostop, pero entre que pasaban pocos coches y que, por lógica, nadie en su sano juicio recogería a alguien que se pasea por la carretera a las tres de la madrugada en calzoncillos y manchado de sangre, lo único que pudo hacer fue volver caminando. Tardó cuatro horas en llegar, y aunque las piernas y las sangrantes ampollas de los pies le dolían muchísimo, lo que más le hizo sufrir fue descubrir que su coche estaba aparcado en la puerta de casa.

Fin

2 comentarios:

  1. Al principio pensaba que iba a ser una especie de versión casera de Sueños en la casa de la bruja de Lovecraft, pero al final me ha sorprendido por cómo ha ido evolucionando. Me ha hecho mucha gracia el patetismo y el aire "sobrenatural de andar por casa". Felicidades.

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