jueves, 21 de abril de 2016

La Bruja



Todavía no entiendo por qué el cine de terror más comercial sigue empleando los sustos fáciles, los sobresaltos y esas tonterías que, en vez de dar miedo, lo que hacen es señalar una falta de talento considerable.
La industria debe concienciarse de que lo que funciona, el camino correcto, es La Bruja. No la película en sí misma, claro, sino las materias primas que la componen. Ahí está la clave para realizar una buena película de terror, aunque por desgracia todo esto que estoy diciendo es una gran utopía, puesto que el principal motivo de que el cine de terror comercial sea tan mediocre no es la industria, sino el público que demanda esos subproductos. A fin de cuentas esto es un negocio.
Lo digo y lo seguiré diciendo mientras la situación sea la misma: el 99% de las películas de terror buenas o interesantes están en el terreno independiente, no en el comercial.
 
¡Spin Off de Black Phillip YA!
Y tras este sermón, paso a contar algunas cosillas a cerca de La Bruja, la genial película del debutante Robert Eggers, un director del que a partir de ahora quiero ver todo lo que haga.
La trama es sencilla. Una familia de la Nueva Inglaterra del S. XVII es desterrada, no sabemos exactamente por qué, de su pueblo. De esta forma se ven obligados a marcharse e instalarse en una granja en mitad del páramo, junto al bosque. A partir de aquí empieza el mal rollo, la ruina y los problemas, porque resulta que en ese bosque habita una horrible bruja que se dedicará a acosarlos.
Tenemos todos los ingredientes para una película chusca y saturada de sustos fáciles, pero en vez de eso lo que encontramos es una cinta cocinada a fuego lento, más preocupada por crear atmósfera y ser realista que por dar miedo… y por eso da miedo.

Dejando a un lado las varias secuencias perturbadoras que hay salpicadas a lo largo del metraje, lo que Eggers pretende resaltar por encima de todo es ese clima de inquietud constante, de incertidumbre y de no saber a ciencia cierta qué está ocurriendo con la familia protagonista, la cual posee unas fortísimas creencias religiosas cercanas al fanatismo. Este último dato ayuda a que el espectador pueda llegar a pensar que todo lo relacionado con la bruja no es más que una alucinación, un caso de
histeria colectiva que afecta a la familia. 
Por suerte los tiros no van por ahí, y aunque el tono de la película es realista y verosímil, Eggers no se priva de incluir brujas de verdad, con escobas, narices ganchudas y toda la parafernalia propia de estos personajes. De hecho, hasta se permite introducir al mismísimo Satán en la historia. ¿Se resiente entonces ese realismo del que hablaba antes? No, porque todos estos ingredientes están introducidos de forma sabia y sutil, sin abusar de la presencia de elementos fantásticos. Tenemos una magistral mezcla de realismo y fantasía tan bien combinada que no solo no chirría, sino que resulta perturbadora. ¿Por qué? Porque te la crees. Porque se evoca más de lo que se muestra, incluso siendo explícita cuando la situación lo requiere. El truco está en que nunca se recrea más de lo estrictamente necesario.

Por desgracia el tono y el ritmo de la cinta no van acordes con el gusto general del espectador de ahora, el cual se aburre con una facilidad pasmosa y preocupante. De modo que dudo mucho que esta joya, ya no del terror, sino del cine actual, a medio camino entre El Resplandor, Häxan y El proyecto de la Bruja de Blair, reciba el reconocimiento, la acogida y el interés que merece.

Una película que impacta y dejará poso en el espectador que sepa apreciar sus muchas virtudes. 

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