Baby es un conductor
especializado en huir de la policía, por eso se gana la vida conduciendo para
atracadores. La particularidad de Baby es que para hacer bien su trabajo
necesita dos herramientas esenciales: música y auriculares.
Me encanta cuando en alguna
película combinan un temazo con las imágenes que estamos viendo, así que haceos
una idea de lo que he sentido viendo Baby
Driver, una película que VA DE ESO.
Edgar Wright, director que para
mí es sinónimo de calidad, vuelve con una película que, siendo honestos, no
parte de una idea demasiado original. The
Driver, de Walter Hill, y Drive,
de Nicolas Winding Refn, son dos películas que tratan de lo mismo, exactamente
la misma propuesta: conductores que trabajan para delincuentes. ¿Entonces por
qué Baby Driver, que básicamente es
un remake alegre y edulcorado de Drive,
es tan buena? No es por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Ahí reside la
cuestión, ahora y siempre. Es complicado que un blockbuster resulte original, y
podría decirse que el 99% parten de ideas que ya hemos visto antes, pero a
veces los directores y guionistas se preocupan por coger una idea de sobra
conocida y embellecerla de tal manera que tenga sabor a nuevo. Si a esto le
sumamos que Edgar Wright es un fuera de serie de leguaje cinematográfico y el
manejo de la cámara, el resultado ha de ser positivo sí o sí.
Baby Driver cuenta con un reparto espectacular encabezado por el
sorprende y poco conocido Ansel Elgort, Lily James, Kevin Spacey, Eiza
González, John Hamm y un desatado y jokeriano
Jamie Foxx.
Otro elemento crucial en esta
película es la enorme banda sonora, cargada de buen gusto y buenas canciones.
La música no es un simple adorno colocado como telón de fondo, sino que, además
de ser parte de la trama (el protagonista necesita escuchar música para
silenciar los pitidos que retumban en sus oídos a raíz de un accidente de
coche), varias escenas están rodadas y montadas al ritmo de la música que suena
en ese momento, de modo que el resultado final recuerda poderosamente a un
musical en el que se sustituyen los pasos de baile y las coreografías por
persecuciones automovilísticas, golpes y disparos.
Está claro que la artillería de
Wright está en la fusión de música e imagen, en lo bien rodada que está en
general y en el carisma que desprende cada fotograma, personajes incluidos. La
película es, casi por encima de todo, una oda al lenguaje cinematográfico.
Lo único que le achaco es que Wright
está algo contenido... De hecho, creo que su estilo queda diluido casi por
completo. Veo que la película es técnicamente impecable, pero no encuentro los
habituales tics que hacen Wright a Wright. No entiendo por qué ha de contenerse
un director que, siendo él mismo, resulta divertido, fresco y espectacular.
En cualquier caso, esto es una
pequeñez que no enturbia el conjunto.
Soy el primero que a veces dice
eso de que a un blockbuster no se le puede pedir mucho, pues su única función
es entretener y hacer desconectar las neuronas, pero viendo cosas como Baby Driver, un blockbuster que además
de entretenimiento es BUEN CINE, me arrepiento de pensar así en ocasiones. Qué
demonios, un blockbuster puede ser inteligente, no estar encorsetado ni
prefabricado y poseer valor cinematográfico... ¿Por qué no exigirlo más a
menudo en lugar de conformarnos con cualquier cosa que simplemente entretenga?
Puede que así se estrenasen Baby Drivers con más regularidad.
Imprescindible.
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