Gloria (Anne Hathaway), una chica
desastrosa y con evidentes problemas con la bebida, se ve obligada a regresar
desde Nueva York hasta su pequeño pueblo natal después de que su novio, harto
de borracheras y resacas, la eche de casa.
Un día, los acontecimientos toman
un giro demencial e inesperado. En las noticias hablan de un monstruo gigante
que se divierte destruyendo edificios en Corea… y poco a poco, Gloria descubre
que, de alguna forma que no comprende, está conectada a la criatura.
La sinopsis es una locura más
grande que el monstruo de la película, ya lo sé. Este híbrido entre Young Adult, Cómo ser John Malkovich y Godzilla
no será bien digerido por los espectadores que busquen un producto estándar y
tópico, pero en fin, ¿qué sabrán ellos? Guste más o menos, Colossal es original, fresca, innovadora y profunda, y sólo por
eso, su director, el español Nacho Vigalondo, merece nuestro agradecimiento. En
estos tiempos, donde abundan las ideas manidas y casi todo el cine de consumo
masivo carece de alma y ganas de innovar (ojo: no digo que no haya buenas
ideas; digo que las hay pero no se usan por miedo al fracaso en taquilla), no
puedo más que aplaudir este tipo de propuestas que desarrollan y llevan sus
ideas de base hasta las últimas consecuencias por muy extravagantes que sean.
Los que conocemos la filmografía
de Nacho Vigalondo, sabemos de sobra que no es para todos los públicos. Su obra
más accesible (en cierta forma) es Los
Cronocrímenes, un estupendo thrillers de viajes en el tiempo donde el
principal aliciente reside en comprobar el follón que puede suponer viajar
menos de una hora al pasado.
Luego dirigió la polémica Extraterrestre, una comedia romántica
situada en el marco de una invasión alienígena. ¿Por qué resultó fallida?
Porque al público no le gustó que la invasión extraterrestre fuese lo de menos
en la historia. ¿Hay un OVNI? Sí, pero lejos, al fondo, entre los
edificios.
Después vino Open Windows, un thriller tecnológico bastante convencional si no
fuese porque la totalidad de la historia está contada desde la pantalla de un
ordenador conectado a Internet.
En fin, a mí me encanta el cine
de Vigalondo porque me parece interesante, me parece valiente y me parece que
hacen falta más directores así, autores con entidad y voz propia, en vez de
tantos mercenarios vendidos al dinero, pero entiendo que el público mayoritario
no conecte con este cine tan atípico y especial.
Colossal es su película más resultona a nivel visual (sin echar
mano del exceso visto en Open Windows,
quiero decir), su mejor trabajo desde Los
Cronocrímenes y, desde luego, su película mejor dirigida. Vigalondo siempre
ha tenido buena mano a la hora de hacer que la cámara hable, pero en Colossal se ha superado en ese sentido.
Pero tenemos que hablar de ese
monstruo que está destruyendo Seúl, ¿verdad? Vale, el tema tiene mucha miga.
Que, por favor, nadie espere una película de acción en la línea de Pacific Rim aunque en Colossal haya robots luchando con
monstruos. Que nadie espere un espectáculo vacío de efectos especiales con el
que pasar dos agradables horas de entretenimiento sin complejos.
Colossal, además de ser una comedia en su primera mitad y un drama
bastante oscuro en la segunda, es, por encima de todo, una colosal (perdón, lo
tenía a huevo) metáfora de la violencia de género y de la coacción mediante violencia
física o psicológica.
Podría profundizar más en el tema
porque, a decir verdad, todo está perfectamente planteado, pero no quiero
entrar en spoilers (aunque sé que terminaré cayendo en ellos). Digamos, para
resumir, que Gloria comprende el daño que causa el monstruo (monstruo que
materializa ella) y, como la persona empática que es, decide poner punto y
final a las catástrofes que su adicción está provocando. Pero Óscar (enorme
Jason Sudeikis), el chico simpático que finalmente resulta ser un violento y
celoso maltratador, usa su poder de destrucción (el robot que él genera) para
manipular a Gloria de la peor forma posible, aprovechándose de su empatía.
Puede que las víctimas estén lejos, a miles de kilómetros, pero eso no cambia
el hecho de que sean seres humanos con sentimientos, familia y todas esas
cositas. A Gloria le importa, pero a Óscar no… y ahí reside el conflicto que
mueve la maquinaria de Colossal.
Aunque he de advertir una cosa
que, a mi juicio, es importante. Por favor, que nadie vaya esperando hallar una
respuesta “científica” a la presencia del monstruo y el robot. Puede que en
este apartado la película falle para muchos y el director se haya marcado un
pegote de los que hacen historia… Las gigantescas criaturas están ahí porque el
guión así lo requiere, y ya está. Cuando Gloria entra en el parque de su pueblo
a las ocho de la mañana, un monstruo aparece en Seúl. ¿Por qué? Porque sí.
A Vigalondo no le interesa
ponerse a explicar nada, de la misma forma que Charlie Kaufman no explicó los
motivos por los que esa dichosa puerta llevaba a la mente de John Malkovich. Podría
decirse que se trata de la incursión del realismo mágico en una tragicomedia
sobre el maltrato.
En definitiva, esta historia
podría haberse contado de mil formas distintas, y todas ellas habrían requerido
menos esfuerzo a la hora de abordar el tema y encajar la trama monstruosa con
la violencia machista, pero el director/guionista ha optado, como siempre, por
elegir el camino más extraño y enrevesado, y por eso su cine destaca por encima
de la media. Insisto en lo que dije al principio: puede gustar más, menos o
nada, pero el mérito y la valentía son incuestionables.
Sea como sea, los que amamos el
cine diferente, arriesgado y que no teme alejarse de los cauces estandarizados de
lo comercial, estamos de enhorabuena con Colossal.
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